Usar la mascarilla correctamente es detener la cadena de propagación del SARS-CoV-2

Prensa Mincyt/IVIC/Edith García.- A un año de la llegada del SARS-CoV-2 a Venezuela, es indispensable no bajar la guardia. Cuidarnos para cuidar a otros, usar la mascarilla correctamente y mantener el distanciamiento físico son medidas que cobran mayor fuerza con la aparición de la variante brasileña P.1.

Domingo Garzaro, investigador del Laboratorio de Virología Molecular, del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), reitera que una de las formas de prevenir contagios de SARS-CoV-2 y sus variantes es haciendo un uso correcto de las mascarillas.

“Esta es una enfermedad respiratoria que, a diferencia de otras como las producidas por rhinovirus o la influenza, a un año después de la aparición de los primeros casos, aún se están descubriendo nuevos síntomas, secuelas, formas de propagación, incluso nuevos efectos en diferentes partes del organismo”, explica Garzaro.

El experto en bioseguridad destacó que, a pesar que la influenza causa pérdidas de vida en personas de riesgo, la COVID-19 también lo hace con personas que son asintomáticas y con jóvenes. De aquí la importancia de poner en práctica las medidas de bioseguridad, como lavarse las manos frecuentemente, mantener la sana distancia física y el uso de tapabocas de manera apropiada.

“Quien sigue las normativas no solo se está protegiendo, sino que también está protegiendo a los suyos. Recordemos que la idea es detener la cadena de propagación y mantener a salvo a las personas que queremos”, subraya.

Los niveles de seguridad que proporciona una mascarilla depende del buen uso de ella y el tipo de mascarilla que se use. Normalmente, las mascarillas quirúrgicas son apropiadas, su capacidad de filtración es medida más por la capacidad de filtración bacterial que por la capacidad de filtración de partículas; sin embargo, los respiradores N95, FFP2, FFP3 o las KN95 no son mascarillas quirúrgicas, sino equipos hechos para situaciones o condiciones donde hay partículas en suspensión.

“La capacidad de filtrado de estos respiradores se hace en función de las partículas que deben filtrar y se establece en 0.3 micras, eso es unos 300 nanómetros. El movimiento en el aire de estas partículas tan pequeñas es muy aleatorio.  A este tipo de movimiento se le denomina ‘browniano’ y su efecto es aumentar la probabilidad de que las pequeñas partículas se adhieran a la estructura de respirador haciendo el filtrado mucho mayor”, detalla.

Ahora bien, las partículas virales que están en una persona enferma, necesitan de las microgotas de saliva que la persona expele al hablar, toser, estornudar o reír para poder mantenerse en forma de aerosol en el aire. Esas microgotas son un poco más grandes  de 0.3 micras en la mayoría de los casos, “por lo tanto, quienes no puedan adquirir las mascarillas quirúrgicas o respiradores N95, pueden utilizar mascarillas hechas de telas apropiadas, como tejidos sintéticos densos que faciliten la respiración y el buen ajuste al rostro. Es mejor usar cualquier tipo de mascarilla, que no usar nada”, puntualiza el experto.

Distanciamiento físico y acercamiento solidario: dos estrategias contra la COVID-19

El distanciamiento físico fue una de las primeras estrategias que se implementaron dentro de las medidas preventivas contra la COVID-19, desde que se decretó la pandemia, e implica mantener una distancia de un metro y medio, como mínimo, entre cada uno de nosotros. Con ello prevenimos, en parte, la transmisión del virus a través de las gotículas que se expanden al estornudar, toser, respirar o a través de la mecánica del habla en una conversación cara a cara. Esta práctica debe incluir, además, la reducción de muchas de las interacciones sociales que formaban parte de nuestra vida cotidiana, tales como asistencia a espectáculos musicales, fiestas, cines, eventos deportivos, playas y sitios públicos en general. Bajo esa misma lógica, también se redujeron las actividades comerciales y laborales, así como educativas y tantas otras. En la medida que una de las principales vías de contagio es de persona a persona, es razonable pensar que, al reducir las interacciones y contactos cercanos, se reducirán también las posibilidades de transmisión y contagio, como, de hecho, la evidencia científica lo demuestra.

De ahí que se insista en mantener y practicar el distanciamiento físico en todas las instancias de nuestra vida cotidiana.

Pero tenemos que estar atentos a no confundir ese distanciamiento físico con otro distanciamiento que es sumamente perjudicial: el distanciarnos de los demás en términos afectivos, sociales y espirituales, lo cual resulta sumamente perjudicial, ya que puede conducirnos a aislarnos en nosotros mismos. Desde hace mucho tiempo, numerosos estudios científicos han dado cuenta de la alta relación entre el aislamiento individual con la depresión, la ansiedad, la angustia y una serie de trastornos que alteran nuestra salud mental y nuestro estado espiritual. Asimismo, también se relaciona con el estrés, enfermedades cardíacas y hasta el riesgo de muerte.

Hoy, ante la pandemia que estamos enfrentando, no debemos confundirnos: debemos prestarle máxima atención a qué tipo de distanciamiento necesitamos y cuál debemos rechazar. Ciertamente que, dentro del modelo civilizatorio de la modernidad capitalista, ya existía un marco cultural y un conjunto de valores que promueven un profundo y marcado distanciamiento entre las personas: el individualismo, los valores del materialismo y de la competencia consumista, el egoísmo o sus expresiones más extremas que las vemos reflejadas en mandatos como el “sálvese quien pueda”, producto directo de la ley del más fuerte que surge cuando asumimos el “darwinismo social”. Este marco cultural es el contexto perfecto para que prospere este tipo de distanciamiento que nos pone a todos a competir, cada quien en su lugar y exclusivamente preocupado por su propio bienestar.

No son pocas las voces que se hacen oír para hacer notar que la pandemia no ha hecho sino desnudar lo que para muchos era una realidad clara y transparente, pero a la cual no se le prestaba ninguna atención. Al respecto, podemos destacar, por ejemplo, el  llamado que el papa Francisco hace, en sus numerosas reflexiones publicadas bajo el título “La vida después de la pandemia”, cuando denuncia este contexto de desigualdad, indiferencia y distanciamiento de la humanidad: “Ahora, mientras pensamos en una lenta y ardua recuperación de la pandemia, se insinúa justamente este peligro: olvidar al que se quedó atrás. (…) El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí, que todo irá bien si me va bien a mí”. Palabras del Papa que apuntan al corazón de lo que queremos destacar y que son compartidas por numerosos autores, así como por movimientos sociales, activistas, educadores, políticos y millones de personas que se rebelan ante un modelo que deshumaniza y degrada la vida del planeta entero.

Desde el Proyecto Bolivariano, insistimos en que el centro de todo debe ponerse en el ser humano. Así lo repetía el comandante Chávez, cuando apenas comenzaba a hablarnos sobre la necesidad de cambiar el modelo de sociedad. Así fuimos construyendo ese modelo alternativo que propone la cultura comunal, el buen vivir, la participación protagónica que no debe surgir de un decreto ni de una ley sino del cultivo de una humanidad diferente, donde la comunidad sea mucho más que el estar o vivir en un barrio, en un urbanismo o en una urbanización.

La vida comunal debe surgir a partir de sujetos solidarios, corresponsables, empáticos, capaces de asumir sus propias responsabilidades y trabajar por el bien común. Son valores que deben deben practicarse en la vida cotidiana para trascender los egoísmos y el individualismo. Eso significa prestarle atención a nuestras propias necesidades y a nuestros derechos, pero también a las necesidades y los derechos de los demás.

Lejos de distanciarnos socialmente, debemos más bien acercarnos para cooperar entre todos, ayudar y entre-ayudarnos, cuidar y entre-cuidarnos, guiados por los valores de la solidaridad y el sentimiento de la empatía que nos acerca y nos estimula a dar y a brindar al otro. Es este un ejercicio de enorme trascendencia humana que nos enriquece a todos y que no solo contribuye a resolver problemas y urgencias sino que, además, nos enaltece y nos conduce hacia un estado de plenitud al cual es imposible llegar solos.

Por supuesto que, en medio de esta pandemia extrañamos y necesitamos los abrazos, los encuentros, las fiestas y toda aquella cercanía física, que tanto disfrutamos y que forma parte de nuestra propia identidad. Es seguro que esta pandemia pasará y volveremos a celebrar el estar y el sentirnos juntos, en la familia, en la amistad y la camaradería como siempre lo hemos hecho.

Mientras tanto, aceptemos esta suspensión temporal de los abrazos, pero no permitamos, bajo ningún concepto, que se instale entre nosotros ese distanciamiento que nos separa, nos aísla y nos confina, no para cuidarnos del virus, sino para convertirnos en seres egoístas e indiferentes. Si así lo permitimos, ya no será el SARS-CoV-2 el virus que nos haga daño, sino aquel al que el papa Francisco hizo referencia y que será producto de nuestras propias acciones. Es muy importante que pensemos y reflexionemos sobre todo ello para asumir de forma plena y consciente cuál es el ser humano en el que queremos convertirnos y en qué sociedad y en qué mundo queremos vivir.

Fernando Giuliani

Psicólogo social