Hugo Chávez el Comandante hizo visible el asunto social desde antes de asumir la Presidencia, por primera vez. Una y otra vez nos repetía la necesidad de que las políticas públicas y los planes de gobierno deben tener un enfoque social, que el ser humano debe estar en el centro, que debemos cancelar la deuda social, que debemos acabar con la desigualdad de tantos años de exclusión.
En Venezuela, nos habíamos acostumbrado a que el discurso político no tocara ese tema, ni el de la pobreza, ni el de la exclusión, ni el de la desigualdad, ni tantos otros. Pero Chávez los rescató y nunca más los abandonó, sino que mantuvo todo su empeño para que nuestras políticas, nuestras propuestas y nuestro socialismo bolivariano tuvieran como eje central a la gente y su mundo social. Y así, en efecto, “lo social” fue un factor fundamental en la propuesta bolivariana desde el mismo comienzo de aquel primer período presidencial, al tiempo que también fue un pilar del proceso constituyente que produjo nuestra actual Carga Magna.
En su artículo 2, la Constitución expresa que “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de derecho y de justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”.
Podríamos decir, entonces, que la Revolución Bolivariana ha venido batallando en estos asuntos y los ha venido enriqueciendo y profundizando desde sus mismos inicios, hilo conductor que retomó Chávez, cuando en aquel “Aló, Presidente” Teórico n.º 1 nos habló del frente social para la construcción del socialismo bolivariano y de la comuna.
Como punto de partida, planteó el principio de la “igualdad practicada” que ya propusiera Bolívar, entendida como una igualdad real y concreta que no se puede quedar en el pregón de las buenas intenciones ni en la letra vacía. Por eso nos animaba a que, en nombre de esa igualdad practicada, buscáramos al más débil y al que más necesitaba, inspirados en el amor social en el que se sustenta el frente moral de la comuna.
Para mostrar cuán radicales debíamos ser al respecto, el Comandante nos acicateó con la conocida expresión atribuida a Marx, al plantear un principio básico que definiría una sociedad socialista en su máxima manifestación: “De cada quien según sus capacidades y a cada quien según sus necesidades”. Hermosa propuesta cargada del más profundo humanismo que nos plantea un inmenso desafío ya que, sin temor a equivocarnos, podemos decir que va en contra de la cultura hegemónica que nos han inoculado, según la cual cada quien debe “ganarse” las cosas y según la cual, debemos hacer “méritos” para “acceder” a ellas.
En el socialismo y en las comunas que queremos construir, no se trata de “ganarnos las cosas”, ni se trata de “hacer méritos”, sino de asumir que la dignidad es un valor de la humanidad, que se gesta a partir de procesos de lucha social, y nada ni nadie nos la puede conculcar ni condicionar al mérito ni mucho menos a pagar por ella. Las condiciones para asegurar la dignidad las tenemos que construir entre todas y todos, fortaleciendo la conciencia individual y colectiva en torno a los derechos que nuestra Constitución nos propone, para ejercerlos desde la participación protagónica y la responsabilidad compartida.
La vivienda, la salud, la alimentación, el trabajo, el deporte, la cultura no son “beneficios” del socialismo bolivariano, sino derechos humanos que debemos conocer, asumir y ejercer en forma corresponsable. Esto es lo que debemos anteponer y confrontar ante la “cultura de la meritocracia” y ante la lógica capitalista que impone el valor de cambio a estos derechos al punto de convertirlos en mercancía.
Claro está que no se trata de “regalar” ni “hacer un favor” ni brindar “caridad” ni mucho menos hacer “clientelismo”. Busquemos al más débil, al que más necesita, al que menos tiene y hagamos todo lo necesario para que, al mismo tiempo que se brinda el apoyo, el acompañamiento y el aporte, promovamos su integración plena en la vida comunal y social. Es necesario tender estos puentes, pero cuidémonos de no promover la invalidez del otro, no acentuemos su carencia ni tampoco dejemos que ninguna sensación de poder personal o colectivo nos seduzca el ego y nos creamos que nosotros, desde un cargo o desde un determinado rol institucional, somos quienes “damos las cosas”.
Hagamos todo lo posible para que aquel que necesite, sienta nuestro apoyo y todo el amor social de la comuna y, al mismo tiempo, se sienta convocado a sumarse en la participación, desde las diversas maneras con las que cada quien puede hacerlo. Pero esto nunca debe ser igual a “hacer méritos” ni mucho menos podrá constituirse en un “pago”, sino que debe ser parte fundamental del fortalecimiento de la conciencia y la cultura participativa que se materializa en la praxis de los valores comunales. Así iremos sustituyendo y erradicando, poco a poco, los rastros que todavía nos quedan del asistencialismo y de la exclusión.
Recordemos también que Chávez nos propuso la necesidad de insistir en la promoción del trabajo voluntario. Debemos cultivar esa actitud que, por cierto, mantienen muchos y muchas que trabajan por sus comunidades en forma permanente y en medio de muchos sacrificios y carencias, guiados por sus convicciones y su voluntad, sin esperar nada a cambio. En ellos y en ellas, debemos inspirarnos y sumarnos a las tareas que requiere, por ejemplo, el mantenimiento de un urbanismo de la Gran Misión Vivienda Venezuela, o una escuela, un liceo, una universidad a la que asisten nuestros hijos o nosotros mismos, el barrio donde vivimos o la institución para la cual trabajamos.
Allí debemos encontrarnos todas y todos, sin diferencias de rangos ni jerarquías, unidos e integrados por el bien común, aportando cada quien lo que tenga y pueda, sin esperar otra retribución que la satisfacción por la tarea cumplida. Y si el trabajo voluntario siempre fue un pilar fundamental en la construcción del socialismo y de la comuna, hoy, en medio del bloqueo imperial y de la pandemia, representa una necesidad.
Finalmente, debemos tener muy claro que las desigualdades forman parte fundamental del capitalismo y su modelo económico las genera a partir de las clases sociales claramente diferenciadas sobre las que se estructuran las sociedades. Pero las desigualdades no solo se expresan a partir de las diferencias entre clases sociales, sino que se producen en casi todas las estructuras sociales. Así también hay desigualdad entre las personas a partir del género, las preferencias sexuales, el tipo de rol que ocupamos en nuestros trabajos, la formación académica.
Lo más grave de todo esto es que la propia cultura e ideología capitalista nos va imponiendo sus legitimaciones y argumentaciones a través de lo cual terminamos convencidos que esas diferencias son “naturales”, casi como si cada ser humano naciera con una disposición genética que lo ubicará en “su puesto” dentro de la sociedad.
No es extraño entonces que, al no darnos cuenta de la lógica de dominio que encierran estas naturalizaciones y legitimaciones, terminemos defendiendo fervientemente las “razones” que justifican que un/a ingeniero/a o un/a arquitecto/a “es superior” a un albañil o un carpintero o un electricista; un/a médico/a “es superior” a un/a enfermero/a; un/a profesor/a es “superior” a un/a estudiante; o los hombres son “superiores” o “mejores” que las mujeres.
Tal vez el mejor y más trágico ejemplo que conocemos y vivimos en carne propia fue la conquista y posterior colonización de nuestro territorio por parte del viejo imperio español, cuyo punto de partida una vez que pusieron pie en nuestras tierras, fue arrasar y someter a los pueblos originarios, esclavizar y explotar a las poblaciones afrodescendientes, expoliar los recursos y riquezas naturales durante 300 años y convencernos y convencer al mundo que todo aquello fue una “maravillosa cruzada civilizatoria” que nos “descubrió”, nos “sacó de la barbarie y del salvajismo” y nos “educó y preparó para ser mejores”. Así se nos enseñó en nuestros sistemas educativos esa historia, según la cual ¡debemos estar agradecidos a nuestra “madre patria”!
No solo se colonizan los territorios, también se colonizan las culturas y las mentes, los pensamientos y los sentimientos de las personas, los valores y los modos de vida de las sociedades. Este proceso ocurre porque el capitalismo necesita de las desigualdades y las impone por la fuerza, pero también las “inocula” a través de sus poderosos medios educativos, los medios de comunicación, la industria del entretenimiento y todo un verdadero arsenal de un extraordinario poder cuyo propósito final es que las mismas poblaciones y personas que resultan explotadas o marginadas o excluidas o despreciadas justifiquen y defiendan al sistema y se opongan a todos quienes denuncian y proponen transformaciones materiales e inmateriales.
Ante todo esto, es absolutamente necesario seguir construyendo este frente social el cual, junto con todos los demás, debe desplegarse en una permanente batalla por la descolonización de la cultura, de los valores y de la ideología. Necesitamos radicalizar nuestras acciones culturales, educativas y comunicacionales dirigiéndolas a la formación y al fortalecimiento de la conciencia crítica, capaz de identificar y comprender estos mecanismos de dominio para erradicarlos y liberarnos de ellos, dándole paso así a modos de pensar, sentir y actuar propios de una sociedad verdaderamente de iguales.
De esta forma, la igualdad practicada, de la que hablaba el Libertador y que nos recordara el pensador nuestroamericano Hugo Chávez, será una realidad en nuestro socialismo bolivariano y en nuestras comunas.
Fernando Giuliani
Psicólogo social