La calidad de vida de unos pocos o el buen vivir de todos (II)

Aunque resulta obviamente repetitivo, es más que evidente que el modelo civilizatorio moderno/colonial/capitalista resulta inviable y que sus efectos sobre la existencia humana y la madre tierra son devastadores. Se requieren cambios profundos que no podrán provenir del mismo modelo, sino de alternativas que debemos construir y adecuar. Necesitamos cuestionar, a fondo, este sistema civilizatorio de muerte y, con él, todos los criterios y argumentos que lo legitiman y que, también hemos, utilizado para construir nuestras formas de vivir y nuestro sentido existencial, nuestras ideas de felicidad y realización, así como nuestras necesidades y expectativas.

Conceptos como “calidad de vida” deben ser puestos bajo una mirada crítica que nos ayude a develar su esencia anclada predominantemente en aspectos materiales y proceder, de igual modo, con los ya desgastados conceptos de “progreso” y “desarrollo”.

Debemos abrirle paso a propuestas, como el buen vivir, provenientes de nuestras culturas ancestrales y que fueron desplazadas, descalificadas y excluidas, a través del violento saqueo que tuvo lugar a partir de la llegada de los conquistadores y se sostuvo a través del largo proceso de colonización que vivimos en estas tierras y que se pretende continuar hoy bajo esquemas imperialistas y supremacistas.

En el buen vivir, encontramos principios y fundamentos orientados a una convivencia armónica y respetuosa con la naturaleza, de la cual se toma lo necesario para la vida, pero no se le domina, ni se le tortura, ni se le explota ni se le saquea. En el buen vivir, encontramos principios donde el quehacer colectivo no deviene en competencia ni dominio, sino en colaboración y cooperación, solidaridad y bien común.

Todo ello, junto con las experiencias y saberes comunales que el pueblo excluido y marginado ha elaborado históricamente y que no solamente son una muestra de resistencia, sino de sabiduría que se expresa en formas de trabajar y producir, maneras de curar, técnicas de construcción y principios para la construcción del hábitat, modalidades de educación, producción artística y estética, formas de organizar la convivencia, expresiones y producciones de altísimo valor cultural y humano que representan una verdadera alternativa de sostenibilidad y dignidad humana, del cual está muy lejos el actual modelo civilizatorio.

Cierto es que ninguno de estos saberes cuenta con la legitimidad ni el reconocimiento que, de manera servil, le brinda toda la institucionalidad científica y burocrática hegemónica a los modelos predominantes. Es por esa razón que ni el buen vivir, ni los saberes comunales ni alternativas similares se manejan en los organismos multilaterales ni entran en sus escalas de medida, ni en sus índices para medir el “progreso” y el “desarrollo”. Es mejor así ya que, en la misma medida en que estos saberes y estas culturas han sido marginadas y excluidas, también han estado a salvo de la tecnocracia que los hubiera deformado y seguramente los habría vaciado de sus principios y fundamentos esenciales.

La legitimidad y el reconocimiento de estas culturas y saberes deben provenir de la misma práctica del pueblo y de la gente y deben volverse conciencia y fuerza transformadora. El buen vivir y los saberes comunales deben ser el horizonte al cual debemos apuntar y, para ello, debemos disponernos a recuperar críticamente nuestra historia y nuestras fuentes ancestrales, sin pretender con ello retornar o aferrarnos al pasado, ni negar ciegamente grandes logros y avances que la humanidad también ha alcanzado a lo largo del tiempo, pero que han sido confinados a los intereses exclusivos de este modelo dañino y depredador.

Se trata más bien de descolonizar el presente, así como las interpretaciones que, históricamente, han acompañado nuestra visión de la realidad y propiciar un verdadero diálogo de saberes con una ciencia que, también, debemos descolonizar y dotarla de un sentido ético profundamente humanista y liberador que contribuya a un cambio de rumbo que necesitamos con urgencia.

Cuando el comandante Hugo Chávez incluyó en el Plan de la Patria 2013-2019 el Quinto Objetivo Histórico, el cual plantea “contribuir a la preservación de la vida en el planeta y la salvación de la especie humana”, tal vez no entendimos la trascendencia de tal planteamiento o pensamos que se trataba de una propuesta meramente conservacionista y “amigable” con el ambiente.

Pues bien, ese gran objetivo se mantiene en el Plan de la Patria 2019-2025 que sustenta la gestión del presidente Nicolás Maduro y se radicaliza bajo las propuestas del ecosocialismo, como un verdadero paradigma que plantea una nueva concepción y nuevo relacionamiento con la naturaleza.

Hoy, en plena pandemia, enfrentados a un imperio que insiste en imponernos un mundo unipolar bajo el mismo modelo que tanto daño ha causado a la humanidad y al planeta todo, es necesario y urgente que tomemos partido sobre las opciones para ese mundo “pospandemia” que ya está en disputa. Optar hoy por el buen vivir y los saberes comunales es un imperativo ético e histórico.

Fernando Giuliani

Psicólogo social

12 de octubre de 2020